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Jorge Pena cruza el Atlántico a remo

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Jorge Pena, es el primer español en completar en 58 días una de las regatas más duras del mundo, ha tenido que soportar olas de ocho metros de altura y vientos de hasta 80 kilómetros, nada más pisar tierra y con una gran sonrisa dice “cuidado con lo que deseas, porque se puede cumplir”.
La regata consistía en cruzar a remo el océano, sin ningún tipo de ayuda externa, a bordo de un bote de siete metros, ha perdido 13 kilos, pero su salud es estupenda. Salió de La Gomera“Islas Canarias”, el pasado 14 de diciembre, en principio salió acompañado de su amigo de la infancia Jesús de la Torre, el fin era benéfico y dar visibilidad a la fundación CRIS contra el cáncer, su amigo Jesús hace cuatro años vio un documental de la regata y le propuso hacerla. Comenzaron dos años de entrenamiento físico y mental en la que ambos se prepararon para remar unos 5.500 kilómetros por el Atlántico.
Pero a los tres días de comenzar la travesía Jesús tuvo que retirarse por fuertes mareos y un golpe en la cabeza y Jorge continuó solo. Comenzaron la travesía 36 botes participantes, en cada bote puede ir uno, dos , tres o cuatro remeros, cuatro se tuvieron que retirar en la primera semana por problemas provocados por el temporal de mar, Jorge ha tardado 58 días, de los cuales solo ocho ha tenido buen tiempo, los demás han sido con grandes olas de 6 y 8 metros y vientos muy fuetes.
Es una travesía muy dura, los equipos tenían que ser 100% autosuficientes, llevar comida liofilizada, alimentos deshidratados en sobres al vacío, útiles de pesa, una desalinizadora para potabilizar agua y paneles solares para alimentar los aparatos electrónicos. Jorge nos dice que lo más difícil fue cambiar el chip de pasar de ser a uno solo, tenía que ver como se organizaba las guardias, pero poco a poco me fui adaptando. Por las noches parece que estés dentro del tambor de una lavadora que se está moviendo constantemente, pero al final de acabas acostumbrando, dormía por la noche y remaba de día, me sentía como Cristóbal Colón, no veía tierra, pero si el resplandor de la isla y una sensación de alivio de decir; bueno hay algo al otro lado.
Tuve la suerte de tener durante unas horas de disfrutar de la presencia de una ballena que estuvo casi cuatro horas jugando junto a mi bote, también de un delfín blanco y un pájaro nada habitual en esa zona. La golondrina me acompañó desde Canarias y me visito todos los días por la mañana y por las tardes, le puse el nombre de Mateo, incluso me saludo por última vez antes de llegar a la isla.

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